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Los agricultores de Regaderos (Valle del Cauca) tienen entre sus cultivos el remedio para combatir a la mosca blanca (Trialeurodes vaporariorum). Se trata de Amitus fuscipennis, una avispa que recorre las plantas acompañantes a cultivos de hortalizas para tomar su azúcar.

También conocida como mosca de los invernaderos, este insecto de color amarillo limón, que no supera los dos milímetros de largo, afecta alrededor del 16 % de los cultivos de hortalizas de esa zona del Valle. De hecho, este diminuto animal es una de las plagas más importantes de las hortalizas en el mundo.

La mosca blanca, cuyas hembras ponen entre 80 y 300 huevos y viven de 5 a 28 días, se alimenta del envés (parte trasera) de las hojas jóvenes. Alojada allí, succiona la savia y afecta el rendimiento de la planta. Además, secreta una melaza que incide en la aparición del hongo fumagina, que interfiere con la fotosíntesis.

El potencial parasitoide de la avispa radica en que si pone un huevo dentro de la mosca blanca cuando está en estado de ninfa (previo a su adultez), la mata, y así cumple la función de parasitoide o agente controlador.

“Al detectar la presencia de melaza excretada por las ninfas de la plaga al alimentarse, la avispa permanece en el lugar, busca a la ninfa y le introduce un huevo. Este eclosiona y se desarrolla la larva del parasitoide. Después de unos 38 días a 19 °C, emerge la avispa y muere la ninfa del insecto plaga”, explica la profesora María del Rosario Manzano, doctora en Entomología y directora del grupo de investigación en Interacciones Tritróficas de la U.N. Sede Palmira.

Por eso, tras extraer azúcar del tracto digestivo de las avispas, a través de un reactivo que detecta esta sustancia, llamado antana, y compararlo con el de las plantas acompañantes, se determinó que para mejorar el hábitat de las avispas dentro del control biológico por conservación es recomendable establecer “plantas acompañantes, mal llamadas ‘malezas’, que producen sustancias alimenticias (azúcar en forma de nectarios extraflorales) y favorecen las poblaciones del insecto, además de que le ofrecen refugio”, explica el profesor Joel Tupac Otero Ospina de la Sede Palmira, quien ha colaborado en este proyecto.

En un primer momento, las investigaciones lideradas por la experta Manzano, determinaron que la avispa está presente en el 30 % de las plantas cercanas a los cultivos, o dentro de estos. Además, el 20 % de estos insectos estaba en estado adulto, por lo que identificar las plantas y sus características se convirtió en una tarea vital para implementar una estrategia de control natural.

De esta manera, comprobaron que las plantas como campanilla morada (Ipomoea purpurea), sidra (Sechium edule), zapallo (Cucurbita maxima) y citronela (Critoniella acuminata) resultan ser buena compañía para las avispas.

Precisamente, “uno de los resultados más relevantes del estudio fue reportar, por primera vez, la presencia de nectarios extraflorales en fríjol de la especie Phaseolus vulgaris. Es decir, que evolutivamente, el cultivo ayuda de forma indirecta al parasitoide (la avispa), pues proporciona azúcar como fuente de energía requerida en la búsqueda y parasitación de la mosca blanca, pero para ello, las plantas deben estar al menos a 12 metros de distancia del cultivo”, amplía la profesora Manzano.

Aeropuerto de avispas

Otro de los aspectos es determinar la distancia de dispersión de la avispa con respecto al cultivo. De esta manera, durante dos días se liberaron 24.000 ejemplares en 12 ocasiones a una altura entre 30 y 50 centímetros y con una velocidad promedio del viento de 1.37 metros por segundo (m/s). Estas se dispersaron hasta 12 m, principalmente en dirección Este; un dato interesante, pues en ese rumbo se ha reportado que circula el viento en Los Andes a una latitud menor a 15 grados.

"Esto confirma la importancia del viento en la dirección de dispersión de un parasitoide tan pequeño como A. fuscipennis, con el fin de que llegue al cultivo deseado”, subraya la investigadora.

Para establecer la distancia de dispersión de las avispas marcadas, 48 horas después de su liberación, se ubicaron trampas con pegante en tablas de madera de 50 cm de largo por 20 cm ancho, sostenidas por varas de madera a tres alturas diferentes (1, 1.5 y 2 m).

Dos días después de liberar los adultos, las trampas fueron removidas y llevadas al Laboratorio de Entomología de la UN Sede Palmira, y con la ayuda de un estereoscopio (ideal para obtener una visión tridimensional de los organismos), Luis Miguel Hernández, estudiante vinculado al proyecto, contó las avispas recapturadas.

Para determinar el efecto del viento en la dirección de la dispersión, compararon promedios de adultos recapturados entre los cuatro puntos cardinales; primero entre trampas ubicadas a la misma distancia (4, 8 y 12 m); y luego teniendo en cuenta el promedio general de cada punto cardinal. Adicionalmente, cotejaron los promedios de adultos recapturados en las distancias 4, 8 y 12 m.

Los resultados de este trabajo servirán para describir las recomendaciones sobre el lugar en el que los agricultores deben mantener las plantas acompañantes. Igualmente, es una evidencia de que el control biológico de plagas funciona efectivamente, y es útil tanto en la disminución de costos de producción como en la reducción de los daños generados al medioambiente por la acción de herbicidas.

 

Tomado de: Agencia de Noticias UN.